martes, 8 de abril de 2008

Lecturas: Ni muerto has perdido tu nombre



Éste lo encontré a tres pesos por Corrientes (sí, estoy re-gastador). Se lee casi de un tirón porque las 150 páginas tienen anchos márgenes, capítulos muy breves y mucho diálogo y frases cortas.

Luis Gusman es un caso raro: empezó en los '70 con un libro muy recordado, El frasquito, donde imponía un estilo onírico y violento, de fuerte anclaje psicoanalítico, una especie de monólogo interior de la conciencia reprimida. Plomífero si se busca una novela tradicional, pero con algunas imágenes y escenas imborrables (Germán García y Osvaldo Lamborghini incursionaron también por ahí). Gusman insistió en esa onda durante varios libros, que no conozco a nadie que los haya leído (Brillos, Cuerpo velado, En el corazón de junio...), hasta que en los '90 súbitamente se pasó al realismo con una novela llamada Villa. De ahí siguió en esa senda, a la que pertenece esta novela breve editada en 2002.

Mi única experiencia con Gusman había sido El frasquito, así que tenía cierta expectativa por el nuevo Gusman. Rápidamente el entusiasmo se apagó: los recursos a la Hemingway son acá puro manierismo, los personajes incurren en lugares comunes de la novela tradicional (réplicas del tipo "Fulano me dijo algo sobre vos" - "¿Qué te dijo?", o comparaciones a lo Alejandro Doria) y el "suspenso" está traído de los pelos.

La trama pasa en paralelo por Federico, un hijo de desaparecidos que busca la verdad sobre sus padres; Ana Botero, nombre de la mujer que estuvo con ellos antes de su muerte; y Varelita, un ex represor que vive del chantaje. Gusman, omnisciente, pasa de uno a otro personaje adoptando su punto de vista, algo para lo que ciertamente el estilo Hemingway no es de ninguna ayuda. En un momento los personajes ya no saben qué hacer y siguen cruzándose, con arranques tipo "bueno, me voy un rato para la cantera", como si quisieran demorar un final anunciado y previsible.