sábado, 1 de diciembre de 2007

Lecturas: El pasado


Desde que salió esta novela en 2003 que estaba evitando leerla. Le tengo más estima a Pauls como crítico que como narrador; algo que me viene de hace unos cuantos años, cuando intenté repetidas veces leer su novela El coloquio, que a las diez páginas se me caía de la mano. La primera, El pudor del pornógrafo, me había gustado (más que nada, me había gustado su escritura), pero la experiencia de El coloquio auguraba lo peor, y dejé pasar Wasabi, así como El pasado, que para colmo es larguísima y venía recomendada por todo el "ambiente", habitualmente un mal signo.

Este año, un amigo directamente me puso el libro en la mano y me conminó a leerlo y abandonar mis prejuicios. Pasaron varios meses: el ladrillo estaba ahí, en la pila, como diciendo "¿y, viejo?" Cuando lo agarré finalmente, sorpresa: ¡el libro era bueno! No sólo eso, me lo devoré las 550 páginas en un par de semanas; incluso me sorprendía extrañándolo en otros momentos del día, algo más propio de un best seller anglosajón que de un escritor argentino universitario. Y esto sin mellar la calidad de la escritura, más bien al revés, potenciándola con una buena historia. Pauls, a diferencia de muchos pares, tiene algo que contar acá.

La novela es la historia de Rímini, un universitario que decide terminar con su primera novia, con quien convive hace muchos años, para sufrir el embrujo de la ausente en sus siguientes relaciones. Ya que se llame Rímini hace desconfiar (y ¿es el nombre o el apellido?), pero esta no es una de esas novelas "literarias" que parecen existir sólo para el goce de su discurso, goce habitualmente reservado al autor y sus compañeros de cátedra. No, el modelo de El pasado es más bien la sobrecarga de acontecimientos propia de algunos argumentistas anglosajones (John Irving, por ejemplo), que hacen de la digresión permanente un rasgo narrativo, acumulando anécdotas y personajes secundarios, aunque con un centro argumental definido y clásico; no son pura tangente aunque a veces lo parezcan. En este caso, la historia vuelve siempre a Sofía, la primera novia despechada, y las múltiples maneras en que aparece en la vida de Rímini, induciéndolo al desconcierto y la culpa. Hay mucha explicación de los sentimientos de los personajes -lo que lleva a las digresiones-, una subtrama que parodia la crítica académica, quizá innecesaria, y varios momentos cómicos del protagonista, algunos desopilantes, que parecen abrevar en Copi y su propensión al desastre.

El libro es muy ameno a pesar de tener poco diálogo, o mejor dicho, de ahogarlo en largas disquisiciones psicológicas sobre la actitud de los personajes: es más, esas reflexiones suelen ser agudas e interesantes (otro rasgo poco habitual). La historia paralela del pintor inglés que fascina a Rímini y Sofía, y cuya obra cumbre se pretende un símbolo de la relación entre ellos, es por momentos tediosa y concentra la tendencia cosmopolita de los autores de la academia, siempre afectos a recorrer capitales europeas y chapear con nombres de vanguardia reales o inventados. Más interesante resulta otra subtrama sobre una terapeuta con gran ascendente sobre Sofía; ahí el clima de los adictos a las terapias alternativas está muy logrado.

Pero uno termina haciendo la vista gorda a algún error, o tolerando que la tendencia digresiva se mantenga cuando ya la novela está avanzada y todos los personajes han sido explicados hasta el hartazgo, porque percibe algo muy real en los conflictos sentimentales de Rímini, a cuyo nombre algo snob ya nos hemos acostumbrado. La tentación es interpretar la novela como una autobiografía velada -el director Héctor Babenco insiste en esto al fichar, en su película sobre El pasado, al padre del autor para interpretar al padre de Rímini- pero en realidad no importa si lo que se cuenta es cierto o no. Lo bueno es que se siente que podría haber pasado. Algo poco habitual con otras novelas argentinas que se pretenden realistas.